Daniuska González González
Viña del Mar, Valparaíso - Chile
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Comienzo pensando con Elizabeth Jelin que el resguardo de la memoria pasa por su relato, por la palabra escrita u oral que la sostenga. La memoria se convierte en una historia sobre el papel o sostenida por el aire mientras se cuenta. Esta elaboración siempre incluirá el acomodo de lo ficcional, que no resulta más que el entrometimiento del autor para adornar y ampliar los recuerdos, sin que por esto pierdan su verosimilitud, la condición de haber sucedido.
Hace algunos años escribí Antonio Santoro, memorias de un emigrante y le di voz a los recuerdos de un italiano que migró a Venezuela en 1952. Sus primeros momentos, difíciles y en soledad, sin comprender la lengua, su lento acomodo desde el trabajo más arduo, luego la familia y el negocio que prosperó : todo eso tomó forma en un manuscrito de casi 120 páginas donde él contaba frente a un grabador o entregaba retazos en cuartillas con letra apresurada mientras pacientemente yo hacía precisiones, sumaba notas y, desde ese momento, comenzaba a construir en mi imaginación su vida que se preserva ahora por ese libro, por la memoria contenida en ese texto adornado en la portada por Castelfranci, el lugar amado de su infancia.
Así, contar para revivir, contar para atesorar. Como en un cofre, que guarda para su dueño pero que también, en el caso de las memorias, está abierto a otros, expuestos los recuerdos como joyas que encandilan y que ofrecen, en este caso la vitalidad de la experiencia. De eso se trataría entonces : de relatar, compartir y preservar el pasado. Que la memoria no ceda frente al tiempo sino que, por el contrario, lo sostenga.